Breve historia de la masonería en el siglo XX

Breve historia de la masonería en el siglo XX

Breve historia de la masonería en el siglo XX

«Masonería, libertad y resistencia en el siglo de hierro»

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Manos manchadas de tierra colocando escuadra y compás en el suelo tras la caída de una columna

Un siglo de desafíos y transformaciones

El siglo XX fue testigo de profundos cambios políticos, sociales y culturales que impactaron significativamente a la masonería. Desde su consolidación en las primeras décadas hasta las persecuciones bajo regímenes totalitarios y su posterior resurgimiento, la masonería enfrentó numerosos desafíos que moldearon su evolución. Este artículo ofrece un recorrido detallado por los principales acontecimientos que marcaron a la masonería durante este periodo, con especial atención a su situación en España.

La masonería a principios del siglo XX: expansión y diversidad

A comienzos del siglo XX, la masonería estaba firmemente establecida en Europa y América. En países como Francia, Italia y España, las logias eran centros de pensamiento laico y republicano. En América Latina, la masonería desempeñaba un papel activo en los círculos intelectuales y reformistas. En el mundo anglosajón, especialmente en Estados Unidos y Reino Unido, la práctica masónica era más conservadora y ritualista, pero ampliamente aceptada y numerosa.

Este periodo se caracterizó por una creciente pluralidad ideológica dentro de la masonería, con debates sobre la admisión de mujeres, el papel de la religión y la política, y la acción social. También comenzaron a consolidarse las grandes familias masónicas: por un lado, las obediencias «liberales» o «adogmáticas» —como el Gran Oriente de Francia— y, por otro, las obediencias «regularistas», encabezadas por la Gran Logia Unida de Inglaterra, que rechazaban el debate político o religioso en logia.

Recreación de una tenida masónica clandestina iluminada por una vela

La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias

La Primera Guerra Mundial (1914–1918) supuso una fractura en el panorama masónico europeo. Las logias, que hasta entonces habían promovido ideales de fraternidad universal, se vieron arrastradas por el fervor patriótico. Muchos masones murieron en el frente; otros vieron cómo sus talleres se disolvían o cerraban temporalmente.

Tras el conflicto, surgieron nuevos intentos de reconstrucción y acercamiento. En 1921 se fundó en Ginebra la Asociación Masónica Internacional (AMI), con el objetivo de promover la fraternidad entre obediencias liberales y contribuir a la paz. Fue una de las primeras experiencias de internacionalismo masónico organizado, aunque tuvo corta vida: se disolvió en 1950, en el contexto de la Guerra Fría.

El auge de los totalitarismos y la persecución

Uno de los capítulos más dramáticos en la historia de la masonería en el siglo XX fue la persecución sistemática por parte de los regímenes totalitarios. Tanto el fascismo, el nazismo como el franquismo —y, por motivos distintos, también el comunismo soviético— identificaron a la masonería como una amenaza ideológica.

Alemania

La llegada de Hitler al poder en 1933 supuso el inicio de una brutal represión contra la masonería. En 1935, las logias fueron oficialmente disueltas, sus archivos requisados, sus bienes confiscados y sus miembros señalados como enemigos del Estado. Muchos masones fueron incluidos en las listas negras del régimen nazi, perseguidos y encarcelados bajo acusaciones de conspiración, actividades «antinacionales» y vínculos con el judaísmo.

El Decreto Noche y Niebla (Nacht und Nebel), promulgado en 1941 por Hermann Göring, permitía la desaparición forzada de opositores políticos en los territorios ocupados, sin juicio ni información a sus familias. Varios masones activos en la resistencia fueron víctimas de este programa. Según documentación reunida en el Nuremberg Trial Documents, el régimen nazi consideraba a la masonería una red internacional que socavaba la pureza racial y moral del Tercer Reich.

Italia

En Italia, la masonería fue prohibida en 1925 por Benito Mussolini. Se promulgaron leyes que impedían la pertenencia masónica a funcionarios públicos y se asoció a las logias con el liberalismo, el judaísmo y el anticlericalismo. Aunque la represión no fue tan sistemática como en Alemania, las logias italianas desaparecieron casi por completo durante el ventenio fascista.

España

En España, la represión contra la masonería fue total durante el franquismo. Ya durante la Guerra Civil, los masones fueron perseguidos por el bando sublevado. En 1940, el régimen promulgó la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo, que creó un tribunal específico para procesar a masones. Se calcula que se abrieron más de 80.000 expedientes solo por “pertenencia masónica” (cf. Leandro Álvarez Rey, La represión franquista de la masonería).

URSS y países del bloque soviético

La masonería fue eliminada tras la Revolución de Octubre de 1917, al considerársela una institución burguesa e individualista. En el conjunto del bloque soviético, su existencia fue simplemente borrada: no había espacio para formas autónomas de sociabilidad ni para espiritualidades no oficiales.

La Segunda Guerra Mundial: resistencia y clandestinidad

Durante la Segunda Guerra Mundial, la masonería desapareció formalmente de gran parte del continente europeo. Pero no se extinguió: pasó a la clandestinidad. En la Francia ocupada, los masones colaboraron con la Resistencia, y en Holanda, Bélgica y Polonia se documentan logias secretas activas.

Una de las historias más conmovedoras es la de la Logia Liberté Chérie, fundada en 1943 por masones belgas internados en el campo nazi de Esterwegen. A pesar del hambre, las torturas y las ejecuciones, los prisioneros realizaban tenidas simbólicas en una barraca, demostrando que la masonería podía sobrevivir incluso en los márgenes del horror.

El renacer tras la guerra

Con la liberación de Europa y la caída del nazismo, la masonería comenzó su reconstrucción. En Francia, el Gran Oriente y la Gran Logia de Francia reabrieron sus templos. En Bélgica, Países Bajos e Italia, muchas logias retomaron sus trabajos, aunque muchas otras nunca regresaron.

En América Latina, la masonería vivió un crecimiento importante, especialmente en México, Uruguay y Argentina, aunque la situación varió según el país y el régimen político de turno.

En Estados Unidos, la masonería no sufrió persecución y mantuvo su fuerza numérica. Sin embargo, fue una masonería más conservadora y desvinculada de los grandes debates ideológicos, centrada en la fraternidad y en las obras filantrópicas.

 

Logia clandestina masónica recreada en un campo de concentración nazi durante el siglo XX

Masonería y derechos civiles en los años 60 y 70

La oleada de movimientos sociales que recorrió el mundo occidental entre 1960 y 1980 también alcanzó al mundo masónico. Los debates sobre derechos civiles, igualdad racial y género comenzaron a reflejarse en las logias, especialmente en las obediencias liberales.

En Estados Unidos, sin embargo, la segregación racial todavía afectaba a la masonería. Las llamadas “Prince Hall Lodges”, fundadas por afroamericanos en el siglo XVIII, no eran reconocidas por muchas grandes logias blancas. Esta situación comenzó a cambiar en los años 80, pero aún persisten desigualdades en algunos estados.

En Europa, especialmente en Francia y España, se comenzaron a admitir mujeres en muchas obediencias, y surgieron nuevas estructuras mixtas o exclusivamente femeninas.

La apertura femenina y la mixticidad

El ingreso de mujeres a la masonería fue uno de los grandes hitos del siglo XX. Aunque existían precedentes desde finales del XIX —como Le Droit Humain, fundado en 1893 por Maria Deraismes y Georges Martin—, la apertura de logias masculinas a la mixticidad fue un proceso lento.

En Francia, Bélgica, Suiza o España, a partir de los años 80 y 90, obediencias como la Gran Logia Femenina de Francia o la GLSE empezaron a marcar un nuevo camino. En España, la GLSE permitió el ingreso de mujeres en 1992, siendo pionera en un contexto aún muy tradicional.

Hoy en día, la masonería se divide en obediencias exclusivamente masculinas, exclusivamente femeninas y mixtas. Las relaciones entre ellas son complejas: muchas obediencias masculinas no reconocen a las mixtas o femeninas como “regulares”, siguiendo los criterios fijados por la Gran Logia Unida de Inglaterra. Sin embargo, la pluralidad del paisaje masónico es un reflejo de la sociedad misma.

 

 

La masonería en España: represión, exilio y retorno

Durante la Segunda República (1931–1936), la masonería vivió un momento de florecimiento. Numerosos intelectuales, profesionales y funcionarios se afiliaron a logias, y la influencia masónica fue visible en los debates sobre laicismo, educación y reformas sociales. Figuras como Manuel Azaña, Diego Martínez Barrio o Blasco Ibáñez estuvieron relacionadas con talleres masónicos.

Tras el golpe de Estado de 1936, la represión fue inmediata y brutal. Franco construyó una narrativa donde masonería, judaísmo y comunismo eran enemigos internos que justificaban el autoritarismo. Los masones fueron procesados, exiliados o ejecutados. El archivo del Tribunal Especial de Represión contiene más de 80.000 fichas de presuntos masones.

Solo con la transición democrática en los años 70 y 80 comenzó la lenta recuperación. Obediencias como la Gran Logia de España (GLE) —de línea regularista—, la Gran Logia Simbólica Española (GLSE) —liberal y mixta— o la Federación española de Le Droit Humain —mixta e internacionalista— comenzaron a reorganizarse.

Hoy, la masonería española sigue siendo minoritaria, pero ha recuperado parte de su visibilidad. La actividad cultural, la divulgación y el acceso a la red han permitido un nuevo interés por el simbolismo masónico, especialmente entre jóvenes y mujeres.

ano sosteniendo escuadra y compás sobre piedras rotas: símbolo de reconstrucción de la masonería en el siglo XX

La masonería al final del siglo XX

A finales del siglo XX, la masonería se enfrentaba a retos profundos: envejecimiento de sus miembros, pérdida de influencia pública, falta de comprensión social y competencia con nuevas formas de espiritualidad o activismo.

Frente a ello, muchas logias comenzaron a renovarse. Apostaron por la transparencia, abrieron sus templos para visitas, lanzaron páginas web, y promovieron foros de debate abiertos. El discurso masónico contemporáneo comenzó a hablar de “valores”, “ética”, “espiritualidad laica” y “compromiso cívico”.

La masonería, lejos de ser un anacronismo, se mostró como un espacio singular de reflexión simbólica, humanista y plural, donde personas de orígenes diversos comparten una misma búsqueda: el perfeccionamiento interior y el progreso colectivo.

Conclusión: la vigencia de una tradición transformada

La historia de la masonería en el siglo XX es la historia de una institución resiliente. Golpeada por dictaduras, estigmatizada por prejuicios, dividida por debates internos, pero siempre capaz de reinventarse.

A pesar de las persecuciones, la masonería mantuvo vivos sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Supo resistir, reconstruirse y, en muchos casos, abrirse a nuevos horizontes. Hoy, al comenzar un nuevo milenio, su misión sigue vigente: formar personas libres y comprometidas con el bien común.

 

Ceremonia masónica de exaltación

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Juramento scout ante el fuego como acto de compromiso cívico y construcción moral

El arte de educar la virtud

Hay quienes creen que educar es llenar de datos una cabeza. Otros, que es transmitir una doctrina. Pero hay quienes, desde hace siglos, sostienen que educar es algo más profundo: formar el carácter. Cultivar el alma. Afinar el juicio. Pulir la voluntad. Esta fue la convicción que unió, aunque con lenguajes distintos, a tres caminos convergentes: la educación cívica, el escultismo y la masonería.

Uno desde los templos simbólicos; otro desde los bosques y campamentos. Uno con ritos milenarios; otro con promesas al amanecer. Ambos, sin embargo, compartieron una certeza: que la libertad, la fraternidad y la responsabilidad no se heredan, se aprenden. Y que el camino hacia ellas comienza muy pronto, en la infancia, cuando el ser humano todavía está abierto al asombro, a la justicia, a la esperanza.

En el siglo XX, ese ideal cristalizó en movimientos que moldearon generaciones enteras. En logias y en patrullas scout se forjaron convicciones, se templaron ánimos, se aprendió a ser ciudadano mucho antes de votar. Esta es una historia de ideales y de símbolos, de fuego compartido entre el compás y la flor de lis.

Niños del futuro: la infancia en la mirada masónica

Desde sus orígenes modernos en el siglo XVIII, la masonería ha entendido la educación como una labor espiritual y política al mismo tiempo. No se trataba solo de formar artesanos más hábiles o ciudadanos más útiles, sino de construir seres humanos libres, racionales y fraternos. El ideal ilustrado no quedaba reservado a los adultos: la niñez era el terreno más fértil para sembrar una nueva humanidad.

Por eso, las logias se involucraron —a menudo con discreción, otras veces abiertamente— en iniciativas educativas destinadas a la infancia y la juventud. Escuelas, bibliotecas populares, colonias escolares y asociaciones culturales fueron impulsadas o sostenidas por masones. En ese esfuerzo había algo más que filantropía: había una idea. Una intuición profunda de que el porvenir no se hereda, sino que se educa.

El niño, en esta concepción, no es solo un ser que “será”. Es, ya ahora, una promesa activa. Un sujeto capaz de aprender la libertad sin dogmas, la justicia sin castigos, la fraternidad sin sectarismos. Y para eso hace falta más que un aula: hacen falta símbolos, experiencias, relatos. Herramientas para forjar carácter.

”Educar es algo más profundo: formar el carácter. Cultivar el alma. Afinar el juicio. Pulir la voluntad.”

Escuela laica y bandera republicana como símbolo de educación cívica vinculada a los ideales masónicos
Promesa scout frente a la bandera de Arica como rito simbólico de ciudadanía y valores éticos

Arica: una frontera donde se educaba la patria

Ese ideal tomó forma concreta en muchos lugares, pero el caso de Arica, en el norte de Chile, resulta especialmente revelador. Allí, en una ciudad disputada por Chile y Perú tras la Guerra del Pacífico, la masonería local se propuso una tarea doble: formar patriotas y formar ciudadanos. No con armas, sino con libros y fogatas. Con estandartes y excursiones. Con rituales scouts.

Desde 1912, masones como Horacio Amaral impulsaron la creación de brigadas escultistas ligadas al Instituto Comercial de Arica. En plena campaña de “chilenización” del territorio, los scouts no eran simplemente niños en uniforme. Eran agentes de una pedagogía nacionalista, laica y simbólica. Marchaban, juraban, escuchaban discursos, y también ayudaban, compartían, exploraban.

El objetivo no era militarizar su infancia, sino educarla con disciplina y sentido cívico. El modelo era Baden-Powell, sí, pero también el ideal masónico del ser humano moralmente autónomo y socialmente comprometido. La infancia se convertía así en el lugar donde se cruzaban la pedagogía, la política y la esperanza.

Educación cívica, escultismo y masonería: un ideal compartido

Lo que unía a scouts y masones no era solo la voluntad de educar, sino el modelo de ser humano al que aspiraban. Un sujeto libre, pero no egoísta. Fraternal, pero no sumiso. Razonable, pero no frío. El ideal masónico del “hombre de bien” resonaba con fuerza en los textos de Baden-Powell: el scout debía ser útil, leal, trabajador, veraz.

Por eso, muchas veces, las actividades scouts se vestían con ropajes patrióticos. En Arica, los niños desfilaban en fechas épicas, asistían a actos cívicos, escuchaban a veteranos de guerra. Se les instruía en el arte del campamento y también en la memoria colectiva. En las marchas, en los juramentos, en los gestos de ayuda mutua, se modelaba un modo de estar en el mundo.

Pero no todo era nacionalismo. También había fraternidad universal. Los scouts eran parte de una cadena invisible que unía continentes. Y los masones veían en ese vínculo una prolongación de su sueño humanista. La patria era importante, sí. Pero más aún lo era la humanidad.

Encuentro simbólico entre un scout y un masón: continuidad entre iniciación cívica y formación moral

Formar sin dogmas, guiar con símbolos

La Iglesia católica, por entonces, miraba con recelo esta alianza. Acusaba a los masones de infiltrar su ideología en cuerpos inocentes. Veía en el escultismo una amenaza a su monopolio sobre el alma infantil. Y en parte tenía razón: allí donde los altares imponían respuestas, los fogones scouts enseñaban a hacerse preguntas.

Para masones y escultistas, la educación no era catecismo, sino búsqueda. El método no era la repetición, sino la experiencia. Los niños aprendían en la acción, en el juego, en el servicio. La flor de lis y el compás no eran doctrinas, sino invitaciones. La virtud no se imponía: se encarnaba.

Conclusión: el eco de una promesa

Hoy, en un mundo donde las palabras “ciudadanía”, “virtud” o “compromiso” suenan a veces gastadas o ingenuas, vale la pena recordar este legado compartido. La masonería y el escultismo no fueron, ni son perfectos. Pero siempre han apostado por algo profundamente valioso: formar seres humanos capaces de pensar por sí mismos y cuidar del mundo que habitan.

Educar el carácter no es tarea sencilla. Es lento, exige coherencia, paciencia y fe en el porvenir. Pero quizás sea la única manera real de cambiar una sociedad desde dentro. Por eso, cuando un niño alza la vista en una promesa scout, o cuando una aprendiz inicia su camino masónico, ambos están diciendo, cada uno a su manera: “Estoy listo”.

Y tal vez, con eso, el mundo se vuelve un poco más digno de esperanza.

”Por mi honor, prometo hacer todo lo posible para cumplir con mis deberes para con Dios o mi conciencia y mi País, ayudar siempre a los demás y obedecer la Ley Scout.”

Scout realiza su promesa ante una mujer masona junto a un fuego simbólico, reflejo de la educación cívica y masonería

→ Base conceptual sobre el enfoque masónico hacia la infancia, el progreso y la educación desde una perspectiva historiográfica.

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Mujeres y masonería: la otra historia de una hermandad en transformación

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Mujeres y masonería

«La otra historia de una hermandad en transformación»

 

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A las puertas del templo: exclusión, símbolos y resistencias

Durante siglos, la masonería fue considerada un espacio reservado exclusivamente para hombres. Sin embargo, esa percepción ha ido cambiando con el tiempo. Las mujeres han luchado por su inclusión en esta hermandad, enfrentando resistencias y desafíos.

En el siglo XVIII, en Francia, se crearon las llamadas logias de adopción, vinculadas a logias masculinas, donde las mujeres participaban en rituales adaptados, sin voz ni voto en decisiones importantes. El gran punto de inflexión fue Francia, en 1893, cuando Maria Deraismes fue iniciada en una logia masculina y, junto con Georges Martin, fundó Le Droit Humain, la primera obediencia mixta e igualitaria.

España: entre sombras, exilios y pioneras

En España, las primeras referencias documentadas a mujeres masonas datan de la década de 1870. Algunas mujeres fueron «iniciadas irregularmente», pero su papel creció al compás del feminismo ilustrado. Destacan figuras como Clara Campoamor, Rosario de Acuña o Ángeles López de Ayala. Durante la Segunda República, varias logias mixtas participaron activamente en la emancipación femenina.

La represión franquista supuso la clandestinidad, el exilio o la represión para todas ellas. La masonería femenina fue duramente perseguida, y muchas de sus integrantes fueron silenciadas o forzadas al exilio.

Mujer y hombre masones dialogando en el templo – mujeres y masonería

El lento renacer: democracia, igualdad y logias abiertas

Tras la dictadura, con el retorno de las libertades, la masonería volvió a reorganizarse. Pero el renacer femenino no fue inmediato. La mayoría de las obediencias históricas seguían siendo masculinas. Fue entonces cuando comenzaron a surgir obediencias mixtas o exclusivamente femeninas.

La Gran Logia Femenina de España (GLFE) nació como organización masónica soberana en 2005, gracias al trabajo conjunto de masonas francesas de la Gran Logia Femenina de Francia y de masonas españolas.

La Gran Logia Simbólica Española (GLSE), fundada en 1980, es una obediencia masónica mixta, liberal y adogmática. En 1992, durante el mandato del segundo Gran Maestre, Roger Leveder Le Pottier, se aprobó una reforma de los Reglamentos de la organización para admitir a mujeres como miembros de pleno derecho.

La Orden Masónica Mixta Internacional Le Droit Humain – El Derecho Humano, creada en 1893 por María Deraismes y Georges Martin, es una organización masónica mixta que afirma la igualdad del hombre y de la mujer.

Tres mujeres masonas en trabajo de logia – mujeres y masonería

Voces de la transformación: lo que dicen las masonas

Nada ilustra mejor el impacto de la masonería en clave femenina que las voces de sus protagonistas.

“Gracias a las masonas se consiguieron, entre otras conquistas, el internacionalismo, la república portuguesa, el voto femenino en España, el laborismo británico o la Cruz Roja.”
Yolanda Alba, autora de “Masonas”

“La masonería me ha enseñado a pensar por mí misma y a valorar la importancia de la igualdad y la fraternidad en la sociedad.”
María José Turrión, historiadora y masona

“La mujer masona debe hacer de su casa un templo donde se rinda ferviente culto a la virtud y a la razón; educando a sus hijos de un modo tal, que sean la columna más firme de la civilización y del progreso humano.”
Mercedes de Vargas de Chambó, poetisa y masona del siglo XIX

“La masonería me ha proporcionado un espacio de crecimiento personal y colectivo, donde la búsqueda de la verdad y la justicia son pilares fundamentales.”
Amalia Carvia Bernal, escritora, periodista y masona española, pionera en el sufragismo en España

Retrato de una mujer masona en un templo – mujeres y masonería

”Gracias a las masonas se consiguieron, entre otras conquistas, el internacionalismo, la república portuguesa, el voto femenino en España, el laborismo británico o la Cruz Roja.”

Femeninas o mixtas: dos caminos legítimos hacia la luz

El crecimiento de la masonería femenina ha venido acompañado de un debate respetuoso pero profundo: ¿es mejor preservar logias exclusivamente femeninas o apostar por la mixticidad?

Algunas mujeres prefieren espacios exclusivamente femeninos como lugares seguros de sororidad; otras apuestan por la mixticidad como reflejo de la sociedad. Ambas fórmulas coexisten en armonía en muchas ciudades.

La GLFE y la GLSE, por ejemplo, mantienen relaciones de mutuo reconocimiento y colaboración, demostrando que la diversidad de enfoques enriquece la experiencia masónica.

Lo que aún falta: desafíos para una masonería completa

Aunque se ha avanzado mucho, mujeres y masonería siguen enfrentando retos pendientes:

  • Visibilidad pública: muchas mujeres masonas siguen en el anonimato público, por miedo o discreción.
  • Acceso intergeneracional: faltan jóvenes mujeres interesadas en entrar.
  • Equilibrio simbólico: muchos rituales aún se redactan desde lo masculino.

Conservadurismo interno: persisten inercias y resistencias dentro de algunas logias.

Pero cada nueva iniciación femenina aporta una semilla de cambio. Y cada logia que trabaja desde la igualdad lo convierte en realidad.

Una hermandad en transformación: mujeres y masonería en el siglo XXI

Mujeres y masonería ya no son mundos separados, sino caminos entrelazados. Si bien la historia fue desigual, el presente ofrece alternativas reales y diversas. La masonería, en tanto que espacio de construcción simbólica, debe abrir sus columnas a todas las miradas.

Mientras haya mujeres que busquen crecer interiormente, construir en libertad y transformar el mundo desde la reflexión, la masonería seguirá siendo un lugar legítimo para ellas. No como concesión, sino como derecho pleno.

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Matilde Landa

Matilde Landa

Retrato artístico de Matilde Landa

Matilde Landa

«Historia de dignidad y resistencia»

Aportado por

El pasado miércoles 7 de mayo de 2025 a las 19 horas David Ginard Féron presentó en la Biblioteca Pública Municipal Ángel González de Madrid su libro “Matilde Landa, El compromiso y la tragedia (1904 – 1942)” de la Editorial “Publicacions de la Universitat de València”.

 

David Ginard Féron (Palma, 1966) es doctor en Historia por la Universitat de les Illes Balears y profesor titular de Historia Contemporánea en esa misma institución. Su investigación se ha centrado en el estudio del movimiento obrero, la represión política, la resistencia antifranquista y el movimiento de mujeres contra los fascismos. Es autor de una veintena de libros, entre los cuales se encuentran ‘Heriberto Quiñones y el movimiento comunista en España’ (2000), ‘Matilde Landa. De la Institución Libre de Enseñanza a las prisiones franquistas’ (2005) y ‘Aurora Picornell. Feminismo, comunismo y memoria republicana en el siglo XX’ (2018). También ha coordinado algunos volúmenes colectivos, como ‘Dona i lluita democràtica al segle XX’ (2012), y ha publicado numerosos trabajos en obras colectivas y en revistas de investigación como ‘Ayer’, ‘Hispania’, ‘Arenal’ y ‘Revista de Historiografía’.

Un acto de homenaje a Matilde Landa en defensa de un Estado sin dogmas

Al acto asistieron también las promotoras de la “Campaña de Apostasía Colectiva Matilde Landa”. Una de ellas, María Victoria Morán Breña, fue la encargada de abrir la presentación. En su intervención, presentó la figura y el extenso currículo de David Ginard, así como los objetivos de la campaña. Esta iniciativa rinde homenaje a Matilde Landa y defiende un Estado laico, en el que cada confesión religiosa se sostenga únicamente con el apoyo de sus propios creyentes.

A continuación María Victoria Morán dio la palabra a David Ginard quien presentó su libro de manera sencilla y amena y nos acercó a todos los presentes la figura de Matilde Landa, cuyo ejemplo de integridad y lucha por la libertad en tiempos de represión debe continuar sirviéndonos a todos hoy en día.   

Retrato en blanco y negro de Matilde Landa joven, con expresión serena

¿Quién fue Matilde Landa? Orígenes, formación y compromiso político

Matilde Landa Vaz (Badajoz, 24 de junio de 1904 – Palma de Mallorca, 26 de septiembre de 1942) es considerada como un símbolo de la resistencia laica y feminista frente al franquismo, fue una destacada militante comunista y defensora de los derechos de las mujeres en la España del siglo XX. Su vida estuvo marcada por el compromiso político, la lucha antifascista y una trágica muerte que la convirtió en símbolo de resistencia laica frente a la represión franquista.

De clase media acomodada, burguesa e ilustrada creció, por tanto, en un entorno laico y librepensador. Hija de Rubén Landa Coronado (un abogado de Badajoz, republicano y masón, muy vinculado al Instituto Libre de Enseñanza, de filosofía krausista) y Jacinta Vaz Toscano.

No fue bautizada, algo insoluto en la época, y recibió una educación influenciada por la Institución Libre de Enseñanza. En 1923 se trasladó a Madrid para estudiar Ciencias Naturales y residió en la Residencia de Señoritas, dirigida por María de Maeztu.

Aunque su familia era de izquierdas y republicana, pero burguesa, a principio de los años treinta Matilde comenzó su apoyo a las ideas del Partido Comunista de España (PCE). Durante la Segunda República se implicó en movimientos antifascistas y feministas. Participó en el Congreso del Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo en 1934, y se unió al Socorro Rojo Internacional, organización afín al Partido Comunista de España (PCE) partido al que se afilió en 1936. 

Es importante la participación de algunas mujeres en la vida política de la república, no olvidemos que el sufragio femenino se aprobó el 1 de octubre de 1931, después del famoso debate entre Clara Campoamor (masona) y Victoria Kent.

El papel de Matilde Landa en la resistencia republicana y comunista

En agosto de 1934, Matilde habría participado en el congreso fundacional del Comité Nacional de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo. Y se afilió al Socorro Internacional Rojo (SRI). Landa se entera del golpe de Estado en una conferencia del SRI junto a su marido, Francisco López Ganivet. La conferencia fue suspendida y Matilde y su marido se dirigieron a la sede del PCE, donde impulsaron la formación del Quinto Batallón de Voluntarios, que participó en la toma del Cuartel de la Montaña. Días después instituyeron el Quinto Regimiento de Milicias Populares, en el que colaboraron intelectuales como María Teresa León y Rafael Alberti, Antonio Machado, José Bergamín o Miguel Hernández, entre otros.

Matilde se alistó en el batallón femenino, llegando a realizar instrucción militar, quedando asignada al batallón del SRI como garante de personal del denominado Hospital Obrero u Hospital de Maudes, aunque no llegó a entrar en combate. 

En abril de 1938, pasa a formar parte de la sección de Información de la Subsecretaría de Propaganda del Ministerio del Estado, además organizó conferencias populares en ciudades de la Península para levantar el ánimo de los milicianos, pues no paraban de acumular derrotas, convirtiéndose en una conocida figura del republicanismo.

 

Portada del libro “Matilde Landa. El compromiso y la tragedia (1904–1942)” de David Ginard

Matilde Landa y la represión franquista: cárcel, resistencia y muerte trágica

Estando cerca de entrar en Madrid las tropas franquistas y cerca ya del final de la guerra, el Partido Comunista confió a Landa la organización del partido en el interior, pero apenas pudo actuar, porque el 4 de abril de 1939 fue detenida y condenada a muerte. En un primer momento ingresó en la cárcel de Ventas en Madrid, siendo conocida como «la madre de las penadas» por su apoyo a otras presas. Las mujeres del Madrid rojo, fueron acusadas por apoyar el sistema democrático republicano. Las condiciones en las prisiones eran deplorables, pero se organizaron para ayudarse mutuamente de forma clandestina.

La pena de muerte finalmente le fue conmutada por 30 años de prisión. Desde Ventas, fue trasladada a la prisión ‘Las Hermanitas de los Pobres’, ahora conocida como Can Sales que era una de las cinco prisiones centrales de mujeres de España. Esta cárcel no mejoraba las condiciones de Ventas, de hecho eran terribles y estaba muy masificada.

Al frente de las prisiones de mujeres había monjas, lo que demuestra el apoyo de la Iglesia Católica en la represión de los vencidos en la Guerra Civil. Estas monjas, además, pretendían convertir al catolicismo a las presas de ideología republicana, socialista y marxista, siendo su principal objetivo Matilde Landa, a quien querían bautizar y convertir a la fe católica. Para ello no dudaron en utilizar un inhumano chantaje, amenazándola con reducir los alimentos que se proporcionaban a los hijos de las presas, pues convivían con ellas en las prisiones.

En la tarde del 26 de septiembre de 1942 Matilde Landa murió al caer desde una galería de la prisión, presumiblemente fue un suicidio debido a la brutal presión ejercida para que se bautizara, acto que ella rechazó imperturbablemente. En los 40 minutos que dura su agonía, con su voluntad anulada, es bautizada “in articulo mortis”, para gozo de la Iglesia.

Presentación del libro Matilde Landa, El compromiso y la tragedia en una biblioteca municipal de Madrid.

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¿Una masonería obrera? El experimento social del Gran Oriente Ibéricomasonería y clase obrera

¿Una masonería obrera? El experimento social del Gran Oriente Ibéricomasonería y clase obrera

¿Una masonería obrera?

«El experimento social del Gran Oriente Ibérico​»

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Puentes invisibles: masonería y clase trabajadora en el siglo XIX

A primera vista, masonería y movimiento obrero parecen transitar caminos paralelos que raramente se cruzan. En un lado, columnas, mandiles y silencio ritual; en el otro, fábricas, huelgas y gritos de dignidad. Pero a veces, los símbolos se acercan a la historia, y la historia se atreve a tocar la puerta del templo.

Eso ocurrió en la España de finales del siglo XIX, cuando el Gran Oriente Ibérico —una obediencia masónica republicana y combativa— no solo reflexionó con insistencia sobre la cuestión social, sino que dio un paso inédito: fundó una logia obrera1. El gesto no era menor. Supuso reconocer al obrero no como objeto de estudio, sino como hermano potencial, digno de compartir la luz, la palabra y el compás.

En sus Boletines de Procedimientos, esta obediencia abordó la desigualdad, la propiedad, la jornada laboral y el papel del Estado con una lucidez sorprendente. Y desde ese discurso —a veces paternalista, a veces visionario— emergió un experimento singular: el intento de acercar la masonería a quienes levantaban, con sus manos callosas, los cimientos de la modernidad.

¿Fue una alianza real o un gesto simbólico? ¿Una apertura sincera o una excepción dentro de un sistema cerrado? Lo cierto es que, por un instante, las columnas del templo se movieron al ritmo del cuarto estado.

Cartel del Primero de Mayo con figuras humanas y fábricas, evocando el cruce entre masonería y clase obrera en luchas sociales.

El contexto: masonería y cuestión social en la España del XIX

La segunda mitad del siglo XIX español fue un tiempo convulso, atravesado por revoluciones frustradas, avances legales a medio camino y una industrialización desigual que dejaba a su paso bolsas crecientes de miseria urbana y rural. El llamado “cuarto estado” —la clase obrera emergente— comenzaba a organizarse en sociedades de resistencia, partidos, sindicatos y federaciones que miraban hacia el socialismo, el anarquismo o el republicanismo democrático como vías posibles de redención.

En ese paisaje fragmentado, la masonería española vivía también su propio debate interior. Heredera del pensamiento ilustrado y aliada histórica de las ideas liberales, se había consolidado como un espacio de sociabilidad política progresista, a menudo vinculado al republicanismo, pero no siempre conectado con las realidades materiales del pueblo trabajador.

Sin embargo, no todas las obediencias permanecieron ajenas al clamor social. Algunas comenzaron a mirar con inquietud —y cierta empatía— los signos de un mundo que cambiaba. En este contexto, el Gran Oriente Ibérico surgió como una corriente particularmente atenta al conflicto social, con una sensibilidad más cercana a las demandas populares que otras estructuras masónicas más conservadoras.

Un boletín con conciencia: la voz del Gran Oriente Ibérico

La masonería, por su propia naturaleza iniciática y simbólica, ha tendido a hablar hacia dentro. Pero en el caso del Gran Oriente Ibérico, ese lenguaje reservado se volcó hacia el exterior en forma de discurso político, ético y social a través de su Boletín de Procedimientos. Más que un simple órgano interno, este boletín fue el altavoz de una masonería inquieta, que no se conformaba con repetir fórmulas sino que buscaba pensar su tiempo. Y en aquel tiempo, lo que interpelaba con fuerza era el mundo obrero.

En las entregas correspondientes a 1890, el boletín dedicó numerosos artículos a reflexionar sobre las manifestaciones del 1º de mayo, el papel de los partidos socialistas y anarquistas, la situación del trabajo asalariado y la responsabilidad del Estado. El tono era por momentos sereno, por momentos vehemente, pero siempre impregnado de una preocupación real por lo que entonces se llamaba la cuestión social.

La mirada del Gran Oriente Ibérico combinaba la defensa de la libertad individual con una empatía creciente hacia los trabajadores. Se criticaba la violencia, pero se entendía el malestar. Se rechazaba el dogmatismo ideológico, pero se reconocía la legitimidad de las reivindicaciones. Y, sobre todo, se asumía que el obrero ya no era solo objeto de caridad, sino sujeto político y moral.

El boletín describía con admiración el civismo y la organización de los obreros madrileños en el 1º de mayo de 1890. Y en una de sus frases más duras —que bien podría haber firmado un militante sindicalista— denunciaba la hipocresía de la clase dominante con palabras difíciles de olvidar: “Una sociedad que mira como enemigo al obrero, el elemento más esencial de ella, se aterra ante la protesta probable del eterno desvalido, y para calmar sus remordimientos, le entrega la limosna y le niega la justicia.”2

Obreros frente a un edificio con símbolos masónicos, ilustración inspirada en el vínculo entre masonería y clase obrera.

La fundación de una logia obrera: un gesto inédito

Entre las muchas palabras que el Boletín dedicó a la cuestión social, hubo también un hecho silencioso pero de gran calado: la creación, promovida por el propio Gran Oriente Ibérico, de una logia obrera. Los detalles sobre su funcionamiento o membresía son escasos, pero el propio boletín deja constancia de su existencia. Y esa sola mención basta para intuir el alcance del proyecto: abrir el templo a quienes rara vez eran admitidos, no por razones morales o intelectuales, sino por clase social.

Aquello tenía algo de experimento, algo de provocación, y también algo de coherencia interna. Si el obrero era el “elemento esencial” de la sociedad, como decía el boletín, ¿cómo podía seguir siendo un ausente en la cadena iniciática?

La fundación de esa logia obrera fue un desplazamiento del centro de gravedad simbólico. Un intento de acercar la luz a quienes, hasta entonces, habían sido objeto de discursos pero no sujetos de ritual.

Evolución pro-obrerista: una masonería cada vez más implicada

El acercamiento del Gran Oriente Ibérico al mundo obrero no se limitó a un acto simbólico o puntual. A lo largo de los años 90 del siglo XIX, sus textos muestran una evolución clara hacia posiciones más próximas a las demandas del movimiento obrero.

Este cambio de tono coincidía también con una radicalización del republicanismo al que el GOI estaba estrechamente vinculado. La crítica al modelo social dominante se volvió más explícita. Y una prueba de ese cambio fue la vinculación posterior de Anselmo Lorenzo, figura clave del anarquismo español, a una logia catalana adscrita a esta obediencia3.

El templo se abría no solo al obrero manual, sino también al intelectual obrerista, al sembrador de utopías.

Luces y sombras del experimento

La creación de una logia obrera fue un gesto valiente. La masonería ofrecía su templo, pero también lo hacía desde una mirada que, a veces, no terminaba de renunciar al paternalismo ilustrado. Por otro lado, la dimensión política del proyecto quedó contenida. La logia obrera fue una apertura significativa, pero no el inicio de una transformación profunda de la estructura masónica en su conjunto.

Y, sin embargo, lo intentaron. Durante un tiempo breve pero intenso, se ensayó una forma de fraternidad que desbordaba los límites de clase. Se propuso una alianza discreta entre los hijos de la escuadra y los del mazo.

Fraternidad sin fronteras: una lección del pasado

Aquel gesto del Gran Oriente Ibérico —abrir las columnas del templo al mundo obrero— fue más que una anécdota. Fue una grieta en el mármol, una señal de que la masonería, incluso envuelta en sus propios símbolos, era capaz de escuchar el rumor de la historia.

La logia obrera no fue una revolución, ni una redención colectiva. Pero fue un gesto. Un gesto que decía: vosotros también tenéis derecho a la palabra, al silencio ritual, a la búsqueda de la luz.

Hoy, desde la vivencia actual de muchas logias abiertas, igualitarias y conscientes, sabemos que la fraternidad no puede tener fronteras. Que o abraza a todas las manos dignas, sin preguntar el oficio, la renta, el género, la ideología o el origen, o deja de ser auténtica.

Lo que en su día fue un experimento, hoy es una certeza. Y sin embargo, vale la pena recordar a quienes, como el Gran Oriente Ibérico, se atrevieron a dar el primer paso. A mirar hacia el mundo obrero no con condescendencia, sino con deseo de compartir la palabra, el trabajo y el destino.

Porque la historia de la masonería no solo se mide por sus ritos, sino por su capacidad de incluir a quienes el mundo excluye. Y en ese gesto —valiente, limitado, luminoso— el GOI supo abrir, aunque fuera por un instante, una puerta que ya no volverá a cerrarse.

Manifestación obrera histórica en una gran ciudad, representando la relación entre masonería y clase obrera en el siglo XIX.

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«El 1º de mayo de 1890, masonería y movimiento obrero»

 

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Primer plano de pancarta con la palabra “Ciencias” durante la marcha del 1º de mayo. En un momento en que masoneria y movimiento obrero comenzaban filosoficamente a entenderse.

El alba del cuarto estado

No fue solo una fecha. Fue un temblor.

El 1º de mayo de 1890, el pueblo trabajador de España se alzó por primera vez de forma organizada y simultánea en distintas ciudades, bajo el eco de una consigna internacional: ocho horas de trabajo, ocho de descanso, ocho para vivir. En Madrid, miles de obreros —tipógrafos, albañiles, curtidores, impresores, carpinteros— tomaron la calle con la dignidad en alto y el hambre a cuestas. Fue una jornada de civismo y de fuego contenido, de palabras que ardían sin romper la paz.

Ese día, Pablo Iglesias alzó la voz desde la tribuna de un mitin socialista y nombró con crudeza la realidad que compartían millones: “Somos esclavos modernos”¹. El viejo sueño ilustrado de la emancipación humana tenía ahora rostro de obrero y nombre de jornada laboral. Y mientras unos reclamaban reformas, otros —los anarquistas— apostaban por la ruptura. Uno de ellos gritó desde el Liceo Ríus: “No pedimos. Tomamos. Es nuestro.”

La prensa liberal trató de entender lo que había visto. El diario El País escribió, entre incrédulo y admirado: “El pueblo es un gran espiritualista: tiene el espiritualismo del hambre.”²

Y mientras las multitudes hablaban en la calle, desde los templos discretos de la ciudad, la masonería republicana observaba. El Gran Oriente Ibérico escuchó el rugido del cuarto estado… y respondió. Comenzaba, sin saberlo, una de las páginas más complejas en la relación entre masonería y movimiento obrero.

Una España al borde de sí misma

La Regencia de María Cristina gobernaba un país con heridas mal cerradas. La revolución liberal había transformado el paisaje político, pero no había aliviado el hambre ni la desigualdad. A finales del siglo XIX, España era un país donde la industrialización avanzaba a trompicones, donde las leyes apenas tocaban la vida real de los obreros, y donde la política se repartía en turnos pactados entre liberales y conservadores.

En ese contexto, las reformas impulsadas por Sagasta —como la Ley de Asociaciones de 1887— permitieron que partidos y sindicatos obreros comenzaran a organizarse. El PSOE había nacido en 1879; la UGT, en 1888. Pero la calle seguía siendo el único parlamento posible para muchos. Y así, el 1º de mayo de 1890, España se sumó por primera vez a la jornada internacional de lucha obrera convocada por la Segunda Internacional desde París. Ese día marcó el primer cruce real entre masonería y movimiento obrero, aunque de forma aún tímida.

Los protagonistas del día nuevo

En Madrid, miles de trabajadores acudieron a la cita. Albañiles, tipógrafos, carpinteros, curtidores, impresores. Llegaron desde los barrios humildes, de talleres y fábricas, convocados por la promesa de justicia y por un rumor creciente que venía de Europa: el rumor de que otro mundo era posible si el pueblo aprendía a marchar unido. Portaban pancartas, llevaban a sus hijos de la mano, hablaban en susurros encendidos. No eran revolucionarios por vocación, sino por necesidad.

Los actos fueron diversos y reveladores. En el parque del Buen Retiro, alrededor de 10.000 personas se manifestaron de forma pacífica y ordenada. Fue un evento vigilado pero no reprimido, apoyado discretamente por autoridades que intuían el cambio. Aquella escena, insólita hasta entonces, reveló que el cuarto estado podía actuar con más dignidad y disciplina que muchos de sus gobernantes. Fue también un momento de esperanza: por un día, el obrero no fue visto como una amenaza, sino como sujeto político.

Aquella jornada condensó todos los matices del movimiento obrero: la urgencia y la estrategia, la rabia y la esperanza. Fue una muestra del alma colectiva que nacía. La masonería, aún distante, comenzaba a comprender que algo irrepetible se estaba gestando.

Grupo numeroso de obreros marchando juntos en blanco y negro; estilo artístico para ilustración histórica.

”Mientras las multitudes hablaban en la calle, desde los templos discretos de la ciudad, la masonería republicana observaba.”

Masonería y movimiento obrero: el Gran Oriente Ibérico toma la palabra

El Boletín de Procedimientos del Gran Oriente Ibérico, obediencia masónica republicana y politizada, dedicó ocho artículos a los acontecimientos del Primero de Mayo. Su tono era complejo: admiración por la dignidad del obrero, crítica al discurso revolucionario, defensa férrea de la libertad frente a la injerencia del Estado.

Se elogió la organización y el civismo de los manifestantes, su carácter internacionalista, su fuerza sin violencia. Se condenó, sin embargo, el uso de la amenaza, la exaltación de la anarquía y la figura de Pablo Iglesias, a quien el redactor masónico acusó de vivir de las cuotas del proletariado.

Pero el mensaje esencial era otro: el obrero, decía el Boletín, es el “elemento esencial de la sociedad”. Y la libertad —no el miedo, ni el Estado, ni la violencia— debía ser su instrumento de emancipación. En esas páginas se dibuja con claridad la posición del Gran Oriente Ibérico en un momento clave para la relación histórica entre masonería y movimiento obrero: respeto mutuo, distancia ideológica y una apuesta por el civismo frente al caos.

Libertad y justicia: la encrucijada masónica

Uno de los argumentos más reveladores del Boletín fue su oposición a la intervención del Estado para regular la jornada laboral. Los masones advertían que si el Estado podía imponer ocho horas de trabajo, también podría vigilar el uso del tiempo libre, reglamentar la vida privada, convertirse en tirano.

“No queremos que el Estado nos proteja si luego va a vigilarnos”, venían a decir. “Usad la libertad, asociaros, manifestaros, organizad sociedades de resistencia… pero no entreguéis vuestra alma al poder que puede volverse contra vosotros.”

Era un mensaje profundamente liberal, casi romántico, que creía en el progreso individual y en la acción moral como vía de reforma. Era también, quizás, un mensaje desconectado del nuevo sujeto social que había nacido aquel día en las calles. En esto se abría otra brecha entre masonería y movimiento obrero, una que no se resolvería fácilmente.

El pueblo habló. La masonería escuchó

La masonería del Gran Oriente Ibérico aplaudió a los obreros, pero no supo cómo caminar con ellos. Les tendió la mano, sí, pero lo hizo desde una altura simbólica, como quien ofrece consejo más que alianza. Propuso educación, civismo, acción municipal. Les pidió que confiaran en la libertad, pero sin entender del todo que la libertad, cuando se nace sin nada, no siempre basta.

Y sin embargo, en sus páginas hay más que distancia. Hay asombro. Hay respeto. Hay una conciencia clara de que el mundo estaba cambiando. Por debajo de la crítica a Iglesias o al anarquismo, late una inquietud profunda, casi iniciática: que el espíritu de rebelión no era una amenaza externa, sino el reflejo de una injusticia interior. Esa grieta entre principio y realidad es quizá el punto más revelador de la relación histórica entre masonería y movimiento obrero.

Fraternidad interrumpida: el abismo entre el ideal y el pueblo

Porque si el trabajo es digno, si todos los seres humanos son iguales en derechos y deberes, si la libertad no es privilegio sino piedra angular del Templo, ¿cómo no iba a estremecerles el grito de los que aún vivían encadenados?

Así lo reconocía, con crudeza y lucidez, el Boletín de Procedimientos del Gran Oriente Ibérico en mayo de 1890:

“Una sociedad que mira como enemigo al obrero, el elemento más esencial de ella, se aterra ante la protesta probable del eterno desvalido, y para calmar sus remordimientos, le entrega la limosna y le niega la justicia.”

Ese día, el cuarto estado amaneció. Y aunque las logias no marcharan con él, supieron que el tiempo del silencio había terminado. Desde sus columnas, tomaron nota. Y quizás, sin saberlo del todo, comenzaron también a abrir la puerta a una nueva iniciación: la de una masonería atenta al movimiento obrero y al clamor de la justicia social.

Cartel rojo y blanco con diseño simbólico moderno del 1 de mayo, inspirado en el movimiento obrero.

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