
¿Una masonería obrera? El experimento social del Gran Oriente Ibéricomasonería y clase obrera
¿Una masonería obrera?
«El experimento social del Gran Oriente Ibérico»
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Puentes invisibles: masonería y clase trabajadora en el siglo XIX
A primera vista, masonería y movimiento obrero parecen transitar caminos paralelos que raramente se cruzan. En un lado, columnas, mandiles y silencio ritual; en el otro, fábricas, huelgas y gritos de dignidad. Pero a veces, los símbolos se acercan a la historia, y la historia se atreve a tocar la puerta del templo.
Eso ocurrió en la España de finales del siglo XIX, cuando el Gran Oriente Ibérico —una obediencia masónica republicana y combativa— no solo reflexionó con insistencia sobre la cuestión social, sino que dio un paso inédito: fundó una logia obrera1. El gesto no era menor. Supuso reconocer al obrero no como objeto de estudio, sino como hermano potencial, digno de compartir la luz, la palabra y el compás.
En sus Boletines de Procedimientos, esta obediencia abordó la desigualdad, la propiedad, la jornada laboral y el papel del Estado con una lucidez sorprendente. Y desde ese discurso —a veces paternalista, a veces visionario— emergió un experimento singular: el intento de acercar la masonería a quienes levantaban, con sus manos callosas, los cimientos de la modernidad.
¿Fue una alianza real o un gesto simbólico? ¿Una apertura sincera o una excepción dentro de un sistema cerrado? Lo cierto es que, por un instante, las columnas del templo se movieron al ritmo del cuarto estado.
El contexto: masonería y cuestión social en la España del XIX
La segunda mitad del siglo XIX español fue un tiempo convulso, atravesado por revoluciones frustradas, avances legales a medio camino y una industrialización desigual que dejaba a su paso bolsas crecientes de miseria urbana y rural. El llamado “cuarto estado” —la clase obrera emergente— comenzaba a organizarse en sociedades de resistencia, partidos, sindicatos y federaciones que miraban hacia el socialismo, el anarquismo o el republicanismo democrático como vías posibles de redención.
En ese paisaje fragmentado, la masonería española vivía también su propio debate interior. Heredera del pensamiento ilustrado y aliada histórica de las ideas liberales, se había consolidado como un espacio de sociabilidad política progresista, a menudo vinculado al republicanismo, pero no siempre conectado con las realidades materiales del pueblo trabajador.
Sin embargo, no todas las obediencias permanecieron ajenas al clamor social. Algunas comenzaron a mirar con inquietud —y cierta empatía— los signos de un mundo que cambiaba. En este contexto, el Gran Oriente Ibérico surgió como una corriente particularmente atenta al conflicto social, con una sensibilidad más cercana a las demandas populares que otras estructuras masónicas más conservadoras.
Un boletín con conciencia: la voz del Gran Oriente Ibérico
La masonería, por su propia naturaleza iniciática y simbólica, ha tendido a hablar hacia dentro. Pero en el caso del Gran Oriente Ibérico, ese lenguaje reservado se volcó hacia el exterior en forma de discurso político, ético y social a través de su Boletín de Procedimientos. Más que un simple órgano interno, este boletín fue el altavoz de una masonería inquieta, que no se conformaba con repetir fórmulas sino que buscaba pensar su tiempo. Y en aquel tiempo, lo que interpelaba con fuerza era el mundo obrero.
En las entregas correspondientes a 1890, el boletín dedicó numerosos artículos a reflexionar sobre las manifestaciones del 1º de mayo, el papel de los partidos socialistas y anarquistas, la situación del trabajo asalariado y la responsabilidad del Estado. El tono era por momentos sereno, por momentos vehemente, pero siempre impregnado de una preocupación real por lo que entonces se llamaba la cuestión social.
La mirada del Gran Oriente Ibérico combinaba la defensa de la libertad individual con una empatía creciente hacia los trabajadores. Se criticaba la violencia, pero se entendía el malestar. Se rechazaba el dogmatismo ideológico, pero se reconocía la legitimidad de las reivindicaciones. Y, sobre todo, se asumía que el obrero ya no era solo objeto de caridad, sino sujeto político y moral.
El boletín describía con admiración el civismo y la organización de los obreros madrileños en el 1º de mayo de 1890. Y en una de sus frases más duras —que bien podría haber firmado un militante sindicalista— denunciaba la hipocresía de la clase dominante con palabras difíciles de olvidar: “Una sociedad que mira como enemigo al obrero, el elemento más esencial de ella, se aterra ante la protesta probable del eterno desvalido, y para calmar sus remordimientos, le entrega la limosna y le niega la justicia.”2

La fundación de una logia obrera: un gesto inédito
Entre las muchas palabras que el Boletín dedicó a la cuestión social, hubo también un hecho silencioso pero de gran calado: la creación, promovida por el propio Gran Oriente Ibérico, de una logia obrera. Los detalles sobre su funcionamiento o membresía son escasos, pero el propio boletín deja constancia de su existencia. Y esa sola mención basta para intuir el alcance del proyecto: abrir el templo a quienes rara vez eran admitidos, no por razones morales o intelectuales, sino por clase social.
Aquello tenía algo de experimento, algo de provocación, y también algo de coherencia interna. Si el obrero era el “elemento esencial” de la sociedad, como decía el boletín, ¿cómo podía seguir siendo un ausente en la cadena iniciática?
La fundación de esa logia obrera fue un desplazamiento del centro de gravedad simbólico. Un intento de acercar la luz a quienes, hasta entonces, habían sido objeto de discursos pero no sujetos de ritual.
Evolución pro-obrerista: una masonería cada vez más implicada
El acercamiento del Gran Oriente Ibérico al mundo obrero no se limitó a un acto simbólico o puntual. A lo largo de los años 90 del siglo XIX, sus textos muestran una evolución clara hacia posiciones más próximas a las demandas del movimiento obrero.
Este cambio de tono coincidía también con una radicalización del republicanismo al que el GOI estaba estrechamente vinculado. La crítica al modelo social dominante se volvió más explícita. Y una prueba de ese cambio fue la vinculación posterior de Anselmo Lorenzo, figura clave del anarquismo español, a una logia catalana adscrita a esta obediencia3.
El templo se abría no solo al obrero manual, sino también al intelectual obrerista, al sembrador de utopías.
Luces y sombras del experimento
La creación de una logia obrera fue un gesto valiente. La masonería ofrecía su templo, pero también lo hacía desde una mirada que, a veces, no terminaba de renunciar al paternalismo ilustrado. Por otro lado, la dimensión política del proyecto quedó contenida. La logia obrera fue una apertura significativa, pero no el inicio de una transformación profunda de la estructura masónica en su conjunto.
Y, sin embargo, lo intentaron. Durante un tiempo breve pero intenso, se ensayó una forma de fraternidad que desbordaba los límites de clase. Se propuso una alianza discreta entre los hijos de la escuadra y los del mazo.
Fraternidad sin fronteras: una lección del pasado
Aquel gesto del Gran Oriente Ibérico —abrir las columnas del templo al mundo obrero— fue más que una anécdota. Fue una grieta en el mármol, una señal de que la masonería, incluso envuelta en sus propios símbolos, era capaz de escuchar el rumor de la historia.
La logia obrera no fue una revolución, ni una redención colectiva. Pero fue un gesto. Un gesto que decía: vosotros también tenéis derecho a la palabra, al silencio ritual, a la búsqueda de la luz.
Hoy, desde la vivencia actual de muchas logias abiertas, igualitarias y conscientes, sabemos que la fraternidad no puede tener fronteras. Que o abraza a todas las manos dignas, sin preguntar el oficio, la renta, el género, la ideología o el origen, o deja de ser auténtica.
Lo que en su día fue un experimento, hoy es una certeza. Y sin embargo, vale la pena recordar a quienes, como el Gran Oriente Ibérico, se atrevieron a dar el primer paso. A mirar hacia el mundo obrero no con condescendencia, sino con deseo de compartir la palabra, el trabajo y el destino.
Porque la historia de la masonería no solo se mide por sus ritos, sino por su capacidad de incluir a quienes el mundo excluye. Y en ese gesto —valiente, limitado, luminoso— el GOI supo abrir, aunque fuera por un instante, una puerta que ya no volverá a cerrarse.

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