Los símbolos masónicos como camino
«Pedagogía de la polisemia y el silencio»
Aportado por Redacción

El símbolo como lenguaje sin diccionario
¿Y si los símbolos masónicos no fueran solo imágenes del pasado, sino puertas abiertas a otra forma de entender? Desde tiempos remotos, el ser humano ha dibujado en la piedra y en el pensamiento aquello que las palabras no logran contener. Antes que los tratados, antes que los silogismos, fueron los símbolos los que nos enseñaron a mirar con otros ojos. Un círculo no es solo un círculo, una piedra no es solo materia, una puerta no es solo acceso. Cada forma cargada de sentido encierra un secreto, una invitación, un aprendizaje.
A diferencia del signo, que apunta a un único significado, el símbolo se despliega en capas. Nunca termina de decir, nunca se entrega del todo. Su poder no está en la definición, sino en la transformación. Nos enfrenta a lo ambiguo, a lo intuitivo, a lo misterioso. Y es en ese misterio donde comienza el verdadero conocimiento.
Más allá de los signos: por qué la masonería trabaja con símbolos
La masonería, heredera de tradiciones constructivas y sapienciales, hace del símbolo su herramienta principal. Pero no lo hace para ocultar, sino para sugerir. No para cifrar un mensaje, sino para abrir caminos. Un símbolo masónico no tiene la función de ser explicado, sino de ser trabajado. No es una clave secreta, sino una imagen que actúa.
En el templo, los masones no manejan conceptos doctrinales, sino herramientas simbólicas. Y esas herramientas no tienen un sentido único ni un significado cerrado. Son objetos que invitan a pensar. La escuadra, el compás, el mallete, el nivel… No se explican: se viven. Y su sentido puede cambiar con los años, con el grado, con el momento vital de quien los contempla.
Esta reserva no es ocultamiento: es pedagogía. Se funda en la certeza de que solo aquello que se descubre por uno mismo puede transformarnos de verdad. El significado de los símbolos masónicos no se impone ni se clausura: se custodia en su ambigüedad, se despliega en la experiencia. Solo así conserva intacto su poder de despertar.
Polisemia y formación: una pedagogía que no adoctrina
El aprendizaje simbólico que propone la masonería es profundamente antiautoritario. No hay un maestro que imponga una interpretación, ni un libro que dicte el sentido exacto. Hay un proceso. Un camino. Un trabajo interior.
En ese camino, el símbolo masónico actúa como espejo. No muestra una verdad universal, sino una verdad posible para quien lo observa. En función de su disposición interior, de su momento, de su escucha. Así, el mismo símbolo puede conmover de formas distintas a dos personas diferentes. Y a la misma persona, en dos momentos distintos.
La pedagogía masónica se basa en esa confianza. En que la lectura del símbolo no debe resolverse, sino habitarse. Que la formación profunda no consiste en repetir significados, sino en construir sentido. Que el silencio y la duda son tan necesarios como la palabra y la comprensión.

Algunas herramientas, muchos sentidos: una tradición operativa que se transforma
En la tradición masónica, muchos de los objetos que hoy se consideran símbolos provienen del mundo de los constructores operativos: escuadra, compás, plomada, nivel, regla, paleta, mazo… En el contexto de una logia, estas herramientas se resignifican. Ya no son instrumentos de la piedra, sino de la persona.
Cada una de ellas evoca una cualidad, una idea, una tensión. Pero no se trata de fijar una correspondencia: no hay un diccionario oficial. Lo importante no es lo que significa la escuadra, sino lo que despierta en quien la contempla.
Y eso varía. Varía con la edad, con la experiencia, con el grado masónico, con el trabajo personal. Por eso la masonería habla de símbolos «vivos»: porque no están hechos para ser definidos, sino para ser recorridos una y otra vez, como un texto infinito.
Aprender a leer símbolos masónicos sin cerrar el libro
En masonería, el símbolo no se explica: se presenta. Se ofrece como quien entrega una semilla. Y es tarea del iniciado hacerla germinar. El símbolo se contempla, se interioriza, se confronta. Y, con el tiempo, se transforma en parte del lenguaje interior del masón.
Esa pedagogía no busca imponer una lectura, sino abrir muchas posibles. Enseña a leer sin cerrar el libro. Enseña que las verdades profundas no se declaran, sino que se insinúan. Enseña que comprender no siempre es saber, y que interpretar no siempre es acertar.
En un mundo saturado de certezas rápidas y significados instantáneos, la masonería propone otro ritmo. El del trabajo lento. El de la interpretación sin prisa. El de la educación por sugerencia y no por imposición.
Porque trabajamos con símbolos no para saber lo que significan, sino para descubrir lo que provocan. Porque el símbolo no revela una única verdad: enseña a buscarla. Y en esa búsqueda, cada masón encuentra su propio camino.
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