Educación cívica, escultismo y masonería

«Formar el carácter ciudadano»

 

Aportado por Redacción

Juramento scout ante el fuego como acto de compromiso cívico y construcción moral

El arte de educar la virtud

Hay quienes creen que educar es llenar de datos una cabeza. Otros, que es transmitir una doctrina. Pero hay quienes, desde hace siglos, sostienen que educar es algo más profundo: formar el carácter. Cultivar el alma. Afinar el juicio. Pulir la voluntad. Esta fue la convicción que unió, aunque con lenguajes distintos, a tres caminos convergentes: la educación cívica, el escultismo y la masonería.

Uno desde los templos simbólicos; otro desde los bosques y campamentos. Uno con ritos milenarios; otro con promesas al amanecer. Ambos, sin embargo, compartieron una certeza: que la libertad, la fraternidad y la responsabilidad no se heredan, se aprenden. Y que el camino hacia ellas comienza muy pronto, en la infancia, cuando el ser humano todavía está abierto al asombro, a la justicia, a la esperanza.

En el siglo XX, ese ideal cristalizó en movimientos que moldearon generaciones enteras. En logias y en patrullas scout se forjaron convicciones, se templaron ánimos, se aprendió a ser ciudadano mucho antes de votar. Esta es una historia de ideales y de símbolos, de fuego compartido entre el compás y la flor de lis.

Niños del futuro: la infancia en la mirada masónica

Desde sus orígenes modernos en el siglo XVIII, la masonería ha entendido la educación como una labor espiritual y política al mismo tiempo. No se trataba solo de formar artesanos más hábiles o ciudadanos más útiles, sino de construir seres humanos libres, racionales y fraternos. El ideal ilustrado no quedaba reservado a los adultos: la niñez era el terreno más fértil para sembrar una nueva humanidad.

Por eso, las logias se involucraron —a menudo con discreción, otras veces abiertamente— en iniciativas educativas destinadas a la infancia y la juventud. Escuelas, bibliotecas populares, colonias escolares y asociaciones culturales fueron impulsadas o sostenidas por masones. En ese esfuerzo había algo más que filantropía: había una idea. Una intuición profunda de que el porvenir no se hereda, sino que se educa.

El niño, en esta concepción, no es solo un ser que “será”. Es, ya ahora, una promesa activa. Un sujeto capaz de aprender la libertad sin dogmas, la justicia sin castigos, la fraternidad sin sectarismos. Y para eso hace falta más que un aula: hacen falta símbolos, experiencias, relatos. Herramientas para forjar carácter.

”Educar es algo más profundo: formar el carácter. Cultivar el alma. Afinar el juicio. Pulir la voluntad.”

Escuela laica y bandera republicana como símbolo de educación cívica vinculada a los ideales masónicos
Promesa scout frente a la bandera de Arica como rito simbólico de ciudadanía y valores éticos

Arica: una frontera donde se educaba la patria

Ese ideal tomó forma concreta en muchos lugares, pero el caso de Arica, en el norte de Chile, resulta especialmente revelador. Allí, en una ciudad disputada por Chile y Perú tras la Guerra del Pacífico, la masonería local se propuso una tarea doble: formar patriotas y formar ciudadanos. No con armas, sino con libros y fogatas. Con estandartes y excursiones. Con rituales scouts.

Desde 1912, masones como Horacio Amaral impulsaron la creación de brigadas escultistas ligadas al Instituto Comercial de Arica. En plena campaña de “chilenización” del territorio, los scouts no eran simplemente niños en uniforme. Eran agentes de una pedagogía nacionalista, laica y simbólica. Marchaban, juraban, escuchaban discursos, y también ayudaban, compartían, exploraban.

El objetivo no era militarizar su infancia, sino educarla con disciplina y sentido cívico. El modelo era Baden-Powell, sí, pero también el ideal masónico del ser humano moralmente autónomo y socialmente comprometido. La infancia se convertía así en el lugar donde se cruzaban la pedagogía, la política y la esperanza.

Educación cívica, escultismo y masonería: un ideal compartido

Lo que unía a scouts y masones no era solo la voluntad de educar, sino el modelo de ser humano al que aspiraban. Un sujeto libre, pero no egoísta. Fraternal, pero no sumiso. Razonable, pero no frío. El ideal masónico del “hombre de bien” resonaba con fuerza en los textos de Baden-Powell: el scout debía ser útil, leal, trabajador, veraz.

Por eso, muchas veces, las actividades scouts se vestían con ropajes patrióticos. En Arica, los niños desfilaban en fechas épicas, asistían a actos cívicos, escuchaban a veteranos de guerra. Se les instruía en el arte del campamento y también en la memoria colectiva. En las marchas, en los juramentos, en los gestos de ayuda mutua, se modelaba un modo de estar en el mundo.

Pero no todo era nacionalismo. También había fraternidad universal. Los scouts eran parte de una cadena invisible que unía continentes. Y los masones veían en ese vínculo una prolongación de su sueño humanista. La patria era importante, sí. Pero más aún lo era la humanidad.

Encuentro simbólico entre un scout y un masón: continuidad entre iniciación cívica y formación moral

Formar sin dogmas, guiar con símbolos

La Iglesia católica, por entonces, miraba con recelo esta alianza. Acusaba a los masones de infiltrar su ideología en cuerpos inocentes. Veía en el escultismo una amenaza a su monopolio sobre el alma infantil. Y en parte tenía razón: allí donde los altares imponían respuestas, los fogones scouts enseñaban a hacerse preguntas.

Para masones y escultistas, la educación no era catecismo, sino búsqueda. El método no era la repetición, sino la experiencia. Los niños aprendían en la acción, en el juego, en el servicio. La flor de lis y el compás no eran doctrinas, sino invitaciones. La virtud no se imponía: se encarnaba.

Conclusión: el eco de una promesa

Hoy, en un mundo donde las palabras “ciudadanía”, “virtud” o “compromiso” suenan a veces gastadas o ingenuas, vale la pena recordar este legado compartido. La masonería y el escultismo no fueron, ni son perfectos. Pero siempre han apostado por algo profundamente valioso: formar seres humanos capaces de pensar por sí mismos y cuidar del mundo que habitan.

Educar el carácter no es tarea sencilla. Es lento, exige coherencia, paciencia y fe en el porvenir. Pero quizás sea la única manera real de cambiar una sociedad desde dentro. Por eso, cuando un niño alza la vista en una promesa scout, o cuando una aprendiz inicia su camino masónico, ambos están diciendo, cada uno a su manera: “Estoy listo”.

Y tal vez, con eso, el mundo se vuelve un poco más digno de esperanza.

”Por mi honor, prometo hacer todo lo posible para cumplir con mis deberes para con Dios o mi conciencia y mi País, ayudar siempre a los demás y obedecer la Ley Scout.”

Scout realiza su promesa ante una mujer masona junto a un fuego simbólico, reflejo de la educación cívica y masonería

→ Base conceptual sobre el enfoque masónico hacia la infancia, el progreso y la educación desde una perspectiva historiográfica.

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