Por qué elegí el Rito Francés masónico
«Una vivencia personal»

Aportado por Redacción
Un inicio inesperado
Me inicié en masonería en mayo de 2005 en el antiguo templo que la Gran Logia Simbólica Española mantenía en la calle del Pez, en la logia Hermes Tolerancia nº 8. Desde entonces, he seguido formando parte de ella. Recuerdo que, en el momento de mi iniciación, ignoraba que lo hacía bajo el Rito Francés masónico. Mis conocimientos sobre masonería eran escasos. Me acerqué tras un proceso de reflexión e investigación, motivado por un interés sostenido a lo largo de los años, pero sin conocer la diversidad de ritos y tradiciones existentes. Fue con el tiempo cuando fui descubriendo la esencia del Rito Francés y sus diferencias respecto a otros ritos.
Elegir desde la experiencia
Comprendí después que mi elección había sido acertada. He crecido como persona dentro de este rito, y con él deseo seguir desarrollándome. Esta preferencia no implica rechazo a otros ritos. Todos persiguen un mismo fin: contribuir al desarrollo ético y personal de quienes los practican. Cada camino tiene su belleza.
Lo valioso del Rito Francés masónico no es solo su forma, sino la experiencia que propone: un camino abierto, racional y profundamente humano. Me ha permitido avanzar sin tener que renunciar a mis propias convicciones. No hay en él dogmas ni imposiciones. La libertad interior, el pensamiento crítico y el diálogo fraterno son las herramientas con las que construimos juntos.
Un espacio sin dogmas
Lo que me atrae del Rito Francés masónico no es su antigüedad o su supuesta pureza, sino su enfoque laico, humanista y abierto. En vez de establecer una verdad única, propone principios universales como la libertad de conciencia, la igualdad y la fraternidad. En sus ceremonias se apela al progreso de la humanidad y se toma como referencia la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Gracias a este espíritu inclusivo, en mi logia convivimos personas muy distintas: espirituales o racionalistas, creyentes o no, amantes del simbolismo o de lo social. Esta diversidad enriquece cada encuentro, cada reflexión y cada palabra compartida. Nos permite descubrir que la fraternidad no exige homogeneidad, sino respeto y apertura.
Esa riqueza de puntos de vista no diluye el trabajo masónico, sino que lo potencia. Cada intervención, cada plancha o reflexión abre nuevas perspectivas. El Rito Francés masónico se convierte en el marco que nos permite dialogar sin imponernos, compartir sin competir y construir sin excluir.
Una raíz ilustrada y actual
El Rito Francés masónico hunde sus raíces en el espíritu de la Ilustración, en aquel impulso racionalista que puso al ser humano en el centro del pensamiento. Surge en el siglo XVIII, en un contexto de transformaciones políticas y sociales, y se adapta a los valores de la modernidad: libertad, igualdad, laicismo, solidaridad. Su evolución ha sido coherente con esos principios, manteniéndose fiel a una vocación crítica y comprometida.
Este origen lo convierte en un rito profundamente conectado con los ideales democráticos y con el ejercicio activo de la ciudadanía. No busca recluir al masón en un mundo simbólico cerrado, sino dotarlo de herramientas para transformar su entorno con criterio y compasión. Por eso resulta especialmente pertinente en nuestro tiempo, marcado por la polarización, la incertidumbre y la necesidad de nuevas referencias éticas.
Un mensaje que se renueva
Muchos creen que el Rito Francés masónico es menos espectacular que otros. Tal vez tenga menos ornamentación, pero en cada reunión nos recuerda con claridad para qué estamos allí: para construir juntos un espacio de mejora personal y social. Y lo hace con palabras sencillas, pero poderosas, que apelan al entendimiento y la concordia.
Una de las imágenes más significativas que vivimos es la de la cadena de unión. Es un gesto colectivo, pero con un profundo sentido personal. Al unir las manos, sentimos que formamos parte de algo más grande que nosotros mismos. Nos conecta con quienes nos precedieron, con quienes están hoy y con quienes vendrán. Es una metáfora viva de la fraternidad que deseamos extender más allá del templo.
Esa conexión trasciende lo físico. Representa la continuidad de un ideal compartido a través del tiempo y del espacio. Y, al mismo tiempo, recuerda la fragilidad de esa unión: cada eslabón cuenta. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de sostener el vínculo, de nutrirlo con su compromiso y su autenticidad.


”Lo valioso del Rito Francés masónico no es solo su forma, sino la experiencia que propone: un camino abierto, racional y profundamente humano.”
Un rito para el mundo real
En un mundo donde proliferan las verdades absolutas, los discursos excluyentes y las identidades cerradas, el Rito Francés masónico ofrece una alternativa serena y racional. Su forma de trabajar es directa, clara, participativa. Fomenta la reflexión, el intercambio respetuoso y el sentido práctico. No se pierde en simbolismos vacíos, pero tampoco renuncia a la dimensión espiritual de lo humano. Encuentra un equilibrio entre lo ético, lo simbólico y lo social.
Esa es, quizá, una de sus mayores virtudes: ser un rito vivo, adaptado a los tiempos. Un rito que no exige credos ni uniformidad, pero sí honestidad, curiosidad y esfuerzo. Un rito que no ofrece respuestas cerradas, sino preguntas profundas. Y que no se basa en revelaciones, sino en el trabajo constante por construir una vida con sentido.
Una herramienta útil para el presente
El Rito Francés masónico es un rito contemporáneo. Su agilidad, claridad y simbolismo lo hacen especialmente adecuado para el mundo actual. Permite una participación activa, invita a pensar por uno mismo y facilita el diálogo con personas de distintos orígenes y convicciones. No es un rito para seguir de forma mecánica, sino para vivirlo con atención y compromiso.
Practicar este rito es un privilegio, pero también una responsabilidad. Su valor simbólico depende de nuestra implicación. Por eso es tan importante estudiarlo, conocerlo y practicarlo con respeto. La belleza del rito se revela solo cuando lo vivimos con autenticidad.
Es también una forma de militancia silenciosa en favor del pensamiento libre. En tiempos en los que la prisa y el espectáculo dominan, el Rito Francés masónico propone una pausa, una escucha, una construcción paciente. Nos recuerda que el progreso humano no se mide solo en logros materiales, sino en la profundidad de nuestros vínculos, en la calidad de nuestras ideas y en la coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos.

Cuidar lo que nos transforma
Elegir un rito es también elegir una manera de vivir la masonería. El Rito Francés masónico me ofrece un lenguaje simbólico que comprendo, un marco ético que comparto y una comunidad con la que puedo crecer. Por eso me importa tanto su práctica cuidadosa. No se trata de una liturgia vacía, sino de una herramienta viva. Cada gesto, cada palabra, cada silencio tiene un sentido. Y ese sentido se pierde si dejamos que la rutina sustituya al propósito.
Por eso es tan importante mantener viva la llama. Estudiar los rituales, entender su lógica, descubrir los matices. Y, sobre todo, poner en práctica sus enseñanzas en la vida diaria: en la forma de dialogar, de decidir, de estar con los demás.
Conclusión: una elección consciente
Este texto recoge una vivencia personal, no una verdad absoluta. Otros ritos ofrecen también caminos valiosos. Pero si hoy tuviera que volver a elegir, volvería a elegir el Rito Francés masónico. Porque en él me reconozco, en él crezco y con él quiero seguir caminando en este sendero de mejora compartida.
Ser del Rito Francés masónico no es solo una circunstancia ritual. Es una forma de estar en el mundo. Es apostar por la libertad de conciencia, por la razón sin arrogancia, por la fraternidad sin condiciones. Es buscar, una y otra vez, la luz que nos permite avanzar. Y hacerlo junto a otros, con respeto, con afecto y con compromiso.
Anotaciones
Este artículo es una síntesis de la plancha leida en tenida por el Hermano Pilar durante el curso 2024-205.